Desde lo alto, el despertar de Big Sur se antoja como el primer amanecer del mundo. Más allá de los árboles, las jardineras perfectamente recortadas y los Bloody Marys que descansan al alcance de nuestras manos, los acantilados de la Costa Central de California caen dramáticamente al Pacífico, que se extiende, inalcanzable hasta el horizonte. La calma apenas interrumpida por el primer viento de la mañana y la quietud del océano que parece querer ganarse su nombre, como si también él estuviera naciendo ante nuestros ojos, nos revelan un paisaje que, todavía hoy, resplandece con el brillo de lo nuevo.
Estamos en el hotel Alila Ventana Big Sur, un lujoso resort escondido entre los centenarios bosques de secoyas que visten esta parte de la geografía californiana, y detrás de nosotros se extiende uno de los tramos carreteros más impresionantes de Norteamérica. Construido entre 1919 y 1937, este fragmento de la Highway 1 –la legendaria vía que corre, prácticamente, a todo lo largo del estado–, se ha ganado un merecido lugar en el bucket list de los amantes de los viajes en auto.
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Big Sur, como se le llama a la región de playas inmaculadas, colinas cubiertas de bosques profundos y algunos de los mejores atardeceres en el continente, que se extiende desde la parte sur de la península de Monterey hasta la comunidad de San Simeón, alberga uno de esos road trips que alimentan las fantasías de los viajeros ávidos de naturaleza. Aquí, todo nos devuelve al ecosistema: de los restaurantes que obtienen todos sus productos localmente y los tratamientos de spa que aprovechan ingredientes regionales, hasta los hoteles, como Ventana Big Sur que, a través de materiales poco invasivos y largos caminos sinuosos, se integran con el paisaje.
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Pero nuestro viaje comenzó antes, al norte, en donde la cosmopolita San Francisco empieza a ceder, poco a poco, ante uno de los grandes destinos medioambientales de los Estados Unidos. Así es California, recordamos esta mañana, cuando el rumor del océano ya se escucha desde nuestra mesa en la colina: grandes ciudades envueltas por un entorno natural que aún reclama su protagonismo. Bienvenidos a la Costa Central.
Con los pies en el agua
Salimos de San Francisco tan temprano que, cuando dejamos la ciudad, las ligeras nubes todavía descansaban sobre la autopista, como si nos estuvieran esperando para comenzar su ascenso solemne, y revelarnos el paraíso de bosques y lagos que envuelve a la metrópolis.
Dos horas después de navegar los caminos que bordean espectáculos naturales –como las casi ocho mil hectáreas de árboles monumentales de la Sierra Azul Open Space Preserve– y pequeños poblados –como San José y Mountain View que, hoy, escriben el futuro del mundo en líneas de código–, llegamos a Monterey, una pintoresca comunidad costera que ha transformado su pasado pesquero en un presente dedicado a celebrar y proteger el mar.
Su mayor atractivo, sin duda, es el exorbitante Monterey Bay Aquarium –ampliamente reconocido como uno de los mejores en el mundo– que se levanta frente al Monterey Bay National Marine Sanctuary. La institución, inaugurada en 1984, recibe, anualmente, alrededor de dos millones de visitantes atraídos por los más de 77 mil animales de 774 especies y que, reunidos, componen un edén submarino, completo con exhibiciones interactivas y encuentros cercanos con algunos ejemplares, perfecto para visitar con toda la familia.
Mensaje en la botella
Por la tarde, llegamos a Carmel-by-the-Sea, ubicado seis kilómetros al sur de Monterey, en el extremo opuesto de la península. Fundado como un resort playero en el siglo XIX, hoy es un destino en donde la arquitectura de espíritu europeo, las galerías de arte y una expansiva escena vinícola, animada por la presencia de más de 20 bodegas y tasting rooms, apuntalan la que quizás sea la lección más importante que aprenderemos durante nuestra travesía por la costa de California: el lujo y la prosperidad sólo son reales cuando están ancladas a la naturaleza. Claro, y que, no importa si es con un Bloody Mary o una copa de Chardonnay, siempre hay que brindar por el mar.
En la agenda:
Del océano al cielo
Enclavado entre los bosques y la costa de Big Sur, el hotel Alila Ventana Big Sur es un tributo a la deslumbrante naturaleza que lo envuelve. La propiedad de 65 hectáreas, parte del portafolio de Hyatt, presume 59 suites con balcones que abren la habitación al entorno, además de un spa, baños japoneses e increíbles espacios para eventos que descansan en lo alto del paisaje de Big Sur, todo conectado por un intrincado sistema de caminos que serpentean entre los árboles y que invitan a los huéspedes a apagar el celular y desaparecer en la naturaleza.
Bajo el mar
Con 200 exhibiciones dedicadas a explorar los diversos ecosistemas marinos que habitan la región, el inagotable Monterey Bay Aquarium –que inspiró al Marine Life Institute que aparece en Finding Dory– cuenta con una ambicioso programa de conservación que se divide en cuatro partes: Ecosistemas y Vida Salvaje del Océano Pacífico, Pescaderías y Acuacultura Global, Contaminación por Plásticos y Cambio Climático y Acidificación de los Océanos.
En la copa
En el corazón de Carmel, el tasting room de Scheid Vineyards, fundada hace 50 años, es la vía de entrada perfecta para probar algunas de las varietales más características de la región. Además, los viajeros pueden descargar una guía móvil para explorar las diferentes bodegas que se encuentran a lo largo de la ciudad.