Cada año, durante el Día de Muertos, los altares se llenan de color, flores, velas y fotografías que rinden homenaje a quienes ya no están. Sin embargo, no todos saben que colocar la foto de alguien recién fallecido puede ser un error dentro de la tradición. Aunque parece un gesto de cariño, según las creencias mexicanas, hacerlo demasiado pronto podría interferir con el viaje espiritual de esa persona hacia el más allá.
La costumbre dicta que durante el 1 y 2 de noviembre, las almas regresan simbólicamente para convivir con los vivos. Pero para que eso suceda, primero deben cumplir con su trayecto hacia el Mictlán —la tierra de los muertos en la mitología mexica— o el Metnal —según los mayas—. Este viaje no es inmediato ni sencillo; se dice que el alma debe cruzar distintos niveles antes de alcanzar el descanso. Por eso, colocar su foto en un altar antes de tiempo puede alterar ese proceso.
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Algunos de los pueblos originarios creían que si un alma recién fallecida era llamada mediante su imagen, podría confundirse, perderse o incluso quedar atrapada entre los dos mundos. En lugar de ayudarla, se le estaría impidiendo llegar al Mictlán, el sitio donde las almas se purifican antes de poder regresar al plano terrenal en los años siguientes. Por eso, muchas familias prefieren esperar antes de incluir al nuevo difunto en sus altares.
No hay una regla universal sobre cuánto tiempo debe pasar, pero la mayoría de las tradiciones coinciden en un periodo de un año. Ese lapso representa el tiempo que el alma necesita para llegar al inframundo y encontrar su lugar. Algunas creencias mencionan tres meses, mientras que otras hablan de hasta cuatro años. Sin embargo, la costumbre más extendida es que su foto se coloque hasta el siguiente Día de Muertos.
Lo que ocurre antes del año: la tradición del Día de Muertos
Entonces, ¿qué se hace durante ese primer año? La recomendación es recordarlo de otra forma. Muchas personas visitan su tumba, colocan flores o encienden una vela para acompañar su proceso espiritual. Es un gesto de respeto y amor que no interrumpe su camino. Además, algunos creen que las almas recién llegadas actúan como ayudantes de las que sí pueden cruzar ese año, cargando las provisiones o “itacates” que los difuntos llevan de regreso al más allá.
En los pueblos del sureste, especialmente en Yucatán, la costumbre cambia un poco. Durante el Hanal Pixán, que es su versión del Día de Muertos, no se acostumbra poner fotos de los difuntos. En cambio, se reza por ellos y se preparan alimentos tradicionales. Además, si alguien murió ese mismo año, no se prepara el pib, porque se cree que al hornearlo bajo tierra se estaría “quemando” el cuerpo del recién fallecido.
Más allá de las diferencias regionales, todas estas costumbres tienen algo en común: el respeto por el proceso del alma. Esperar un año no significa olvido, sino acompañamiento. Es permitir que el espíritu cumpla su recorrido sin interrupciones, para que después pueda regresar libre y feliz a disfrutar de su altar lleno de aromas, sabores y recuerdos.
Así que si perdiste recientemente a alguien, no te preocupes si su foto no está en tu altar este año. Puedes honrarlo con una veladora, una flor o una oración. Y cuando llegue el próximo Día de Muertos, su retrato podrá ocupar su lugar entre los demás, listo para volver a casa con la luz de las velas y el aroma del cempasúchil guiando su camino.
El vínculo entre el Mictlán y el Día de Muertos
El Mictlán, según la cosmovisión mexica, no era un lugar de castigo ni de sufrimiento, sino un espacio de tránsito donde las almas terminaban su ciclo terrenal. Para llegar hasta ahí, los muertos debían superar nueve niveles llenos de desafíos simbólicos que representaban el desprendimiento de la vida. Una vez completado ese viaje, su energía se transformaba y encontraba equilibrio. Por eso, interrumpir ese proceso colocando su foto en un altar antes de tiempo se considera una falta al orden del paso entre mundos.
Dentro de esa misma tradición, Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl eran las energías que regían ese espacio, pero no se les concebía como “dioses” en el sentido occidental. En náhuatl, el término teotl no se refiere a un ser divino con forma humana, sino a una fuerza vital que mantiene el equilibrio del universo. Mictlantecuhtli era, entonces, una representación del fin y la transformación, una energía necesaria para el renacimiento. Por eso, el Día de Muertos no celebra la tragedia, sino ese ciclo natural entre la vida y la muerte.