Al suroriente de la Ciudad de México, en la alcaldía Tláhuac, existe un pueblo que cada noviembre se convierte en un símbolo vivo del Día de Muertos: San Andrés Mixquic. Este lugar fue fundado sobre un antiguo islote del lago de Chalco y aún conserva su identidad chinampera, su estructura tradicional y su espíritu comunitario. Aunque el lago desapareció hace tiempo, las costumbres y la devoción de su gente permanecen tan firmes como las raíces del mezquite que da nombre al pueblo.
Durante las celebraciones del Día de Muertos, Mixquic se transforma en una ofrenda viviente repleta de color, música y aroma a cempasúchil. Lo más esperado es La Alumbrada, una noche en la que miles de velas iluminan el panteón de San Andrés Apóstol. Las familias adornan las tumbas con flores, alimentos y retratos, creando un paisaje luminoso muy conmovedor. Es una forma de mantener vivo el vínculo con los que se fueron.
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La experiencia de caminar por el panteón esa noche es totalmente mágica y surreal. La mezcla de rezos, cantos y risas crea una atmósfera en la que la muerte deja de ser tristeza para convertirse en memoria y amor. Las tumbas parecen brillar por dentro, y cada ofrenda hace aún más impactante el momento.
En esos días también se celebran actividades que muestran el lado más cultural del pueblo. Hay representaciones teatrales, desfiles de catrinas, conciertos al aire libre y exposiciones de arte popular. Además, los visitantes pueden probar platillos tradicionales como tamales de frijol con acuyo, mole de olla o platillos con tortillas recién hechas, mientras recorren las calles decoradas con papel picado y figuras alusivas a la muerte.
¿Cómo es La Alumbrada en Mixquic?
En las casas de los habitantes y edificios públicos se colocan altares con frutas, pan de muerto, calaveritas de azúcar y velas. Todo se hace con la misma intención: honrar a los difuntos y mantener viva una herencia que ha pasado de generación en generación. Esa unión entre lo sagrado y lo cotidiano hace que cada rincón del pueblo cobre un significado especial.
Mixquic conserva un fuerte lazo con su pasado prehispánico. En su zona arqueológica aún pueden verse esculturas dedicadas a personajes mexicas. Esa conexión con los antiguos rituales explica por qué el Día de Muertos allí no es solo una fiesta, sino un acto espiritual.
El templo de San Andrés Apóstol, construido en el siglo XVI sobre un antiguo teocalli, es otro símbolo de esta fusión cultural. Su fachada de piedra, sus retablos y su historia lo convierten en un punto central durante las festividades. Durante los días de celebración, las campanas del templo marcan el inicio de los rezos y procesiones que recorren el pueblo entre música y ofrendas.
A lo largo del año, Mixquic también celebra sus tradicionales Jubileos, fiestas comunitarias donde los barrios se organizan para convivir con música, procesiones y cenas colectivas. Estas celebraciones refuerzan la unión del pueblo y mantienen viva la esencia de su identidad. Todo esto se complementa con la gran fiesta de Día de Muertos.
Aunque pertenece a la Ciudad de México, Mixquic sigue conservando la esencia de un pueblo. Sus calles empedradas, su ritmo y la calidez de su gente hacen que visitar este lugar sea una experiencia distinta dentro de la capital. En cada altar, en cada vela encendida y en cada flor colocada, se siente el respeto por los antepasados y la alegría de seguir celebrando la vida.