¿Alguna vez pensaste en irte de paseo al centro mismo de la tierra? Bueno, no hace falta ser un personaje de Julio Verne para eso: en Carrizal de Bravo, Guerrero, hay una cueva que parece salida de un mito prehispánico. La llaman Tlayócoc, que en náhuatl significa “cueva de los tejones”.
Hasta hace poco, nadie imaginaba que guardaba secretos escondidos desde hace más de 500 años. Sí, leíste bien: cinco siglos sin que un solo ser humano la pisara. Y no porque no se supiera de su existencia —los locales la usan como fuente de agua y guano—, sino por temor a lo desconocido.
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Todo comenzó con la curiosidad de Adrián Beltrán, un guía local con espíritu de explorador, y la valentía de la espeleóloga rusa Katiya Pavlova. Juntos, y sin mucha idea de lo que estaban a punto de encontrar, se metieron a una de las entradas más empinadas y rocosas de la cueva.
Después de varios metros de oscuridad, agua helada y un par de sustos, se toparon con una abertura de 15 centímetros entre el techo y el charco, y a contener la respiración. Rafael Cervantes Flores —reportero del Instituto Nacional de Antropología e Historia— lo cuenta con lujo de detalles en su crónica para ESPECIALES INAH.
¿Cómo descubrieron la cueva de Tlayócoc?
Lo que Adrián Beltrán y Katiya Pavlova vieron después de entrar a la cueva fue alucinante. En medio de una cámara baja, aparecieron objetos increíbles. Anillos, discos de piedra, conchas marinas, ¡hasta un caracol gigante con perforaciones decorativas! Katiya, al principio, pensó que alguien había dejado ahí algún adorno barato... hasta que miró bien.
La noticia fue tan grande que, apenas procesado el hallazgo, contactaron al INAH para que se hiciera cargo del registro formal. Llegaron arqueólogos, historiadores y más guías, armados con guantes, cámaras y toda la paciencia del mundo. Descubrieron que esos objetos posiblemente pertenecieron a la cultura tlacotepehua, un grupo del que se sabe muy poco, pero que vivía en la región en el Posclásico, entre los años 950 y 1521. Lo interesante es que algunas figuras en los brazaletes apuntan a símbolos astronómicos, como Venus.
Las estalagmitas donde estaban colocadas las piezas tienen una forma fálica bastante evidente, y esto llevó a los expertos a pensar que en ese lugar se realizaban rituales de fertilidad. Sí, meterte a una cueva en Guerrero puede terminar con una lección intensiva sobre el simbolismo del maíz, el útero de la Tierra y el inframundo mesoamericano.
Pero el hallazgo no quedó ahí. Gracias al trabajo conjunto con la comunidad local, se lograron preservar los objetos, involucrar a los habitantes y formar un equipo de defensa del pasado. Así, además de evitar el saqueo, el pueblo se volvió parte activa en el cuidado de este patrimonio.
¿Se puede visitar la cueva de Tlayócoc?
Por ahora, la cueva no está abierta al público en general, ya que el acceso exige conocimientos técnicos, acompañamiento de un guía local y medidas de seguridad frente a riesgos naturales. Te avisaremos si en algún momento se habilita la entrada o se exhiben sus hallazgos al público en general.