Si aún no conoces a Osita, estás a punto de descubrir a una figura inesperada pero muy querida en Chichén Itzá, y seguramente luego de leer sobre ella querrás conocerla en persona, o mejor dicho: en "perrsona". Se trata de una perrita que ha sido fotografiada varias veces en lo alto del templo de Kukulcán, en la fotografía más conocida posa contemplando la luna en uno de los sitios más simbólicos del mundo maya. Desde entonces, muchos la consideran la guardiana no oficial del lugar, una vigilante silenciosa que parece conectada con algo más profundo.
Osita no está sola. Ella forma parte de un pequeño grupo de lomitos que viven dentro del sitio arqueológico y que, con el tiempo, se han ganado un lugar entre los trabajadores, los visitantes y hasta en redes sociales. A estos lomitos los conocen como “los perros sagrados de Kukulcán”, y su historia no solo es tierna, también tiene que ver con una estrategia organizada de rescate y cuidado animal.
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Todo comenzó en 2019, cuando el Patronato Cultur, el INAH y varias asociaciones lanzaron la "Operación Rescate de Perritos de Chichén Itzá". El objetivo era atender la sobrepoblación de perros en la zona, algo que ya causaba problemas. Gracias a esta iniciativa, muchos fueron vacunados, esterilizados y algunos dados en adopción. Otros, como Osita, Pintorín, Rayas y Cachimba, se quedaron a vivir en las inmediaciones de las pirámides.
¿Se puede subir a la pirámide de Chichén Itzá?
La escena que hizo viral a Osita fue captada por José Keb Cetina, un vigilante del sitio, quien compartió en sus redes sociales una imagen de la perrita mirando el cielo desde lo alto del templo. Desde 2006 está prohibido para los visitantes subir a la pirámide, pero ella, sin querer romper ninguna regla, ha sido vista patrullando las escaleras y descansando sobre las piedras sagradas. Casi como si supiera que tiene permiso especial.
Aunque no hay una agenda oficial, es común ver a estos perros paseando tranquilos entre los templos y las columnas. Algunos incluso acompañan a los trabajadores durante el día, y otros se acercan a los turistas en busca de una caricia o un poco de atención. Son parte del paisaje, pero también de la experiencia que muchos se llevan al visitar Chichén Itzá.
El sitio arqueológico no solo guarda una historia milenaria, sino también una convivencia peculiar entre lo ancestral y lo cotidiano. Mientras los visitantes miran hacia el pasado, estos perros parecen vivir en el presente absoluto, recordándonos que la conexión con la tierra y con los seres vivos es algo que trasciende épocas. Su presencia no interrumpe el silencio del lugar, sino que lo acompaña.
Por eso, si visitas Chichén Itzá, no te sorprendas si uno de estos lomitos se cruza en tu camino. No están ahí por casualidad: fueron rescatados, cuidados y elegidos para quedarse. Conviven con los turistas y con los vigilantes del lugar, duermen bajo las estrellas y caminan entre los templos con la misma naturalidad con la que lo haría un guardián ancestral.
La historia de Osita y sus compañeros es una forma distinta de mirar un sitio tan visitado como Chichén Itzá. No solo hay piedra tallada, simbolismos mayas y patrimonio mundial, también hay vida que late entre las ruinas: estos lomitos son los nuevos guardianes de Kukulcán.