En lo más remoto del planeta, donde el día y la noche duran meses, se levanta el aeropuerto de Svalbard, en el archipiélago noruego del mismo nombre. Es el más septentrional del mundo con vuelos comerciales regulares, un punto de conexión vital con el Ártico y uno de los lugares más extremos que existen. Su pista, construida sobre permafrost, una capa de suelo permanentemente congelado, se encuentra a apenas tres kilómetros de Longyearbyen, la ciudad más al norte del planeta.
El entorno es hostil y fascinante a la vez. Durante el invierno, el sol desaparece por completo entre diciembre y enero, sumiendo la región en una oscuridad total. En verano ocurre lo contrario, el astro nunca se pone y la luz ininterrumpida tiñe de dorado las montañas heladas. En estas condiciones extremas, los pilotos deben enfrentar vientos impredecibles, temperaturas bajo cero y una pista que se revisa a diario porque el suelo puede hundirse sin previo aviso.
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Svalbard no es un destino para cualquiera. Es un territorio inhóspito, habitado por unos 2.500 residentes y, según la leyenda, más osos polares que personas. Las temperaturas invernales pueden alcanzar los -30 °C y, aun así, el lugar se ha convertido en una joya del turismo extremo. Muchos viajeros llegan atraídos por las auroras boreales, las expediciones en trineo o simplemente por la experiencia de pisar uno de los últimos confines del planeta.
La historia de este aeropuerto comenzó en la Segunda Guerra Mundial, cuando la Luftwaffe alemana construyó una pista rudimentaria en Adventdalen. Décadas después, en 1973, Noruega inició la obra moderna sobre el suelo helado de Hotellneset, inaugurándola oficialmente en 1975. Desde entonces, el Aeropuerto de Svalbard Longyear (IATA: LYR) se ha convertido en un punto estratégico y simbólico del norte del planeta.
Un aeropuerto que se derrite
Hoy, el aeropuerto enfrenta su mayor amenaza, el calentamiento global. La pista, de 2.483 metros de largo, se asienta sobre permafrost que se está derritiendo progresivamente, provocando hundimientos e inestabilidad en la infraestructura. “Durante los meses de verano debemos revisar la pista todos los días, ya que el suelo puede ceder en cualquier momento”, explicó Ragnhild Kommisrud, gerente del aeropuerto.
El deshielo del Ártico no solo pone en peligro las operaciones aéreas, sino también la vida cotidiana de la población local. Si el aeropuerto dejara de funcionar, los suministros básicos tendrían que llegar por barco, un trayecto que puede demorar hasta dos días dependiendo del clima. Para los habitantes de Svalbard, esta pista no es solo una conexión con el resto del mundo, sino un salvavidas en medio del hielo.
Entre el carbón, la oscuridad y la esperanza
Paradójicamente, en un lugar tan afectado por el cambio climático, la economía de Svalbard dependió durante décadas del carbón. Sin embargo, las minas más grandes fueron cerradas en 2020 y la central eléctrica de Longyearbyen fue reemplazada en 2023 por una planta diésel que redujo las emisiones casi a la mitad. Ahora, el gobierno noruego planea instalar una planta de biogás exclusiva para el aeropuerto hacia 2026, con el objetivo de convertirlo en un modelo de sostenibilidad en el Ártico.
A pesar de las dificultades, la comunidad de Svalbard ha encontrado en el turismo una nueva fuente de vida. Cruceros, excursiones en motos de nieve y recorridos bajo la aurora boreal atraen a quienes buscan una experiencia única. Pero los visitantes deben estar preparados, los cambios de clima son bruscos, el frío puede ser brutal y siempre existe la posibilidad de cruzarse con un oso polar.
En medio del hielo, la oscuridad y el viento polar, el aeropuerto de Svalbard sigue siendo una proeza de ingeniería y resistencia humana. Un recordatorio de que, incluso en los confines del mundo, la vida y la curiosidad humana siguen abriéndose paso.