Viajar a otro continente puede ser un sueño cumplido, pero también puede traer consigo un desafío, el temido jet lag. Ese cansancio repentino, la falta de sueño o la sensación de estar “fuera de sincronía” con el entorno son señales de que el cuerpo aún no se ha adaptado al nuevo huso horario. No importa si el viaje es por placer o trabajo, este desajuste puede afectar tanto el ánimo como el rendimiento diario.
El jet lag ocurre cuando el reloj interno del cuerpo no coincide con la hora local del destino. El cambio abrupto de luz, comidas y rutinas desorienta al organismo, generando síntomas como fatiga, irritabilidad, falta de concentración o incluso malestar estomacal. Aunque se trata de un trastorno temporal, puede tardar hasta una semana en desaparecer si no se toman precauciones.
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El doctor Carlos Manrique, especialista en medicina del sueño, señala que los vuelos hacia el este suelen provocar síntomas más intensos que los que se dirigen hacia el oeste, ya que “el cuerpo pierde horas de su ciclo natural”. Por eso, un viaje de Buenos Aires a París resulta más agotador que uno de regreso. Entender esta diferencia ayuda a planificar mejor las rutinas de descanso y adaptación.
Sin embargo, hay buenas noticias, existen estrategias simples que pueden reducir considerablemente el impacto del jet lag. Desde preparar el cuerpo antes de despegar hasta aprovechar la luz natural del destino, todo suma para que el cambio horario no opaque la experiencia de viaje.
Prepararse antes del vuelo
Uno de los mejores consejos es comenzar la adaptación antes de partir. Los expertos recomiendan ajustar el horario de sueño y comidas al del destino uno o dos días antes del vuelo. Dormir bien la noche anterior también es clave, ya que viajar con cansancio agrava los efectos del desajuste. Además, se aconseja cambiar la hora del reloj al embarcar, para que la mente empiece a acostumbrarse al nuevo horario.
Durante el vuelo, es importante mantenerse hidratado, evitar el alcohol y la cafeína, y realizar pequeños estiramientos para mantener la circulación activa. Si el trayecto es largo, conviene levantarse cada 90 minutos y usar ropa cómoda. Dormir según la hora del destino y usar tapones o antifaces puede ayudar a sincronizar el descanso.
Al llegar al destino
Una vez en tierra, la luz solar se convierte en una gran aliada. Salir al aire libre y exponerse a la luz del día acelera el reajuste del reloj biológico. También se recomienda comer liviano, hidratarse y resistir la tentación de dormir siestas prolongadas. Mantenerse despierto hasta que anochezca es esencial para sincronizar el cuerpo con el nuevo ciclo circadiano.
Otra táctica útil es caminar descalzo sobre el césped o la arena, lo que ayuda a conectarse con la energía del entorno y a reducir el estrés corporal. Si el sueño no llega fácilmente, se puede recurrir a ejercicios de respiración o relajación, evitando el uso de pantallas antes de dormir.
Hábitos saludables que marcan la diferencia
Comer bien también juega un papel fundamental. Las comidas ligeras y equilibradas, con buena hidratación, permiten que el cuerpo se adapte mejor. Para los vuelos hacia el oeste, se sugiere consumir proteínas (como carne, queso o huevos) que ayudan a mantenerse despierto, mientras que para los viajes hacia el este, los carbohidratos (frutas, arroz, pastas) facilitan el sueño.
Por último, los especialistas recomiendan no tomar somníferos ni melatonina sin supervisión médica, ya que pueden alterar aún más el ritmo natural del cuerpo. Si el viaje es corto, lo ideal es mantener el horario habitual para evitar un doble desajuste al volver.
Evitar el jet lag no significa eliminarlo por completo, pero sí aprender a manejarlo. Con pequeños ajustes antes, durante y después del vuelo, cualquier viajero puede disfrutar al máximo su destino desde el primer día. Porque al final, un cuerpo bien descansado también es parte del equipaje ideal.