LEYENDAS

La Llorona, el orígen prehispánico de una leyenda en Día de Muertos

Su llanto ha cruzado siglos, templos y lagos. Pero antes de ser el fantasma que aterroriza las noches, La Llorona fue una diosa que anunciaba tragedias y cargaba el peso del destino mexica.

Leyendas.La Llorona, leyenda en Día de MuertosCréditos: Freepik
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En México, hay leyendas que no se cuentan, se heredan. Entre ellas, la de La Llorona es quizá la más viva, porque su grito no solo asusta, también recuerda. Cada Día de Muertos, cuando el país se llena de flores, velas y recuerdos, su figura reaparece entre neblinas y canales. Se dice que busca a sus hijos, pero su historia comienza mucho antes, en los días en que Moctezuma temía el fin de su imperio.

Fray Bernardino de Sahagún, en el siglo XVI, escuchó de los pueblos nahuas el relato de una mujer que vagaba por las noches gritando: “¡Hijitos míos, ya tenemos que irnos lejos!”. No era un espectro cualquiera. Era Cihuacóatl, la mujer serpiente, diosa de la maternidad y de los partos, que lloraba presagiando desgracias. En el aire, su voz se confundía con el viento, y su imagen, vestida de blanco, como las sombras del amanecer, sembraba miedo y respeto entre los mexicas.

Con la llegada de los españoles, la leyenda cambió. La Cihuacóatl prehispánica se mezcló con los relatos coloniales de una mujer mestiza que, al ser abandonada por su amante, ahogó a sus hijos en un río. Desde entonces, su alma penaba entre canales y calles coloniales, llorando por lo que había perdido. Era la nueva Llorona, una figura nacida del choque de dos mundos: la diosa indígena y la madre arrepentida del virreinato.

Su historia no se apagó con los siglos. Los cronistas de la Nueva España contaban que en las noches más tranquilas, una mujer vestida de blanco atravesaba la Plaza Mayor de México, se arrodillaba mirando al oriente y lanzaba su último lamento antes de desaparecer entre las aguas del lago. Algunos la veían como un mal presagio, otros como un alma condenada. Pero todos, sin excepción, la temían.

De diosa a símbolo del dolor mexicano

Hoy, La Llorona no solo pertenece al mito, sino al corazón cultural de México. Los antropólogos la consideran un espejo de la historia nacional, una figura que refleja la pérdida, la culpa y la resistencia. Su llanto representa el dolor de las madres, la nostalgia por lo perdido y la voz que se niega a desaparecer. No es casual que, en tiempos de injusticia o tragedia, su lamento se vuelva más fuerte: es el eco de un país que recuerda a sus muertos y a sus desaparecidos.

Su espíritu sigue vivo en la memoria colectiva, en los canales de Xochimilco donde miles de personas presencian cada año el espectáculo “La Llorona en el Lago”, y en cada rincón donde alguien cuenta su historia para mantenerla despierta. Porque, aunque su voz cambió con los siglos, su mensaje sigue siendo el mismo, el amor de una madre, cuando se mezcla con el dolor, es capaz de trascender incluso la muerte.

La leyenda que se niega a morir

La fuerza de La Llorona está en su permanencia. En Oaxaca, Veracruz o Chihuahua, la gente asegura haberla visto cerca de ríos y cementerios. En el resto de América Latina, su historia adopta nuevos nombres y rostros, pero conserva su esencia: una madre que llora a sus hijos. En cada versión, el agua es protagonista, símbolo de vida y muerte, del nacimiento y la pérdida.

Así, el mito se reinventa con el tiempo, pero nunca desaparece. Su figura prehispánica, su culpa colonial y su eco contemporáneo se unen en un mismo grito que atraviesa generaciones. En el Día de Muertos, cuando el país entero abre las puertas del más allá, La Llorona vuelve a caminar entre los vivos. Y aunque nadie se atreve a mirarla de frente, todos saben que, en algún lugar, su voz sigue diciendo: “¡Ay, mis hijos!”.