Cuando el cielo se torna gris, soplan ráfagas intensas y las gotas repiquetean con violencia en los ventanales de la terminal, es común que los viajeros se cuestionen si volar en medio de una tormenta representa un peligro.
Pensar en estar a miles de metros de altura mientras un relámpago atraviesa el horizonte puede provocar nerviosismo, aunque la verdad dista bastante de las imágenes que uno suele tener en mente.
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Los datos indican que los aviones reciben descargas eléctricas más seguido de lo que se piensa, aunque casi nunca generan problemas serios. Las aeronaves modernas están diseñadas para resistir este tipo de situaciones sin comprometer la seguridad de quienes viajan.
Si un relámpago llegara a golpear el cuerpo del avión mientras está en el aire, lo más probable es que los ocupantes no perciban nada. Esto se debe a razones técnicas relacionadas con la física, el diseño estructural y las rigurosas medidas que regulan la aviación.
La clave está en el diseño
Gracias al efecto conocido como "jaula de Faraday", el revestimiento de metal que recubre los aviones funciona como una barrera protectora. Esto posibilita que la corriente del rayo se desplace por la superficie externa del fuselaje sin penetrar al interior ni poner en peligro a los ocupantes. De esta manera, la electricidad se dispersa sin provocar fallas en los mandos ni en el área donde viajan los tripulantes.
Por otra parte, los elementos esenciales, tales como los equipos de comunicación y orientación, están equipados con mecanismos de resguardo específicos. Las reglas establecidas a nivel global exigen que todas las secciones del aparato estén preparadas para tolerar estas descargas sin que se vea afectada su operatividad.
Los pilotos también están preparados
Si bien lo ideal es mantenerse alejado de las tormentas, no siempre se logra evitar estas condiciones. Por eso, los comandantes de vuelo están capacitados de forma específica para manejar trayectos con clima adverso. Utilizan equipos que localizan turbulencias, precipitaciones intensas o descargas eléctricas, y actúan al instante para preservar la integridad del recorrido.
Cuando se enfrentan a la necesidad de aproximarse a un frente tormentoso, el encargado de la cabina disminuye la marcha, desactiva el sistema automático de conducción y asume el manejo directo del aparato. Estas maniobras ayudan a suavizar posibles movimientos abruptos. También resulta clave mantener contacto constante con los operadores de torre y tener previamente una terminal aérea alternativa en mente, por si hiciera falta modificar la ruta.
En momentos donde hay riesgo de descargas eléctricas, los despegues pueden demorarse hasta que las condiciones mejoren. Además, se modifican las tareas que se realizan en la pista para resguardar tanto la aeronave como al equipo humano. Muchas veces, esa pausa responde a normas preventivas que buscan reducir cualquier peligro.
Aunque pueda generar cierta tensión despegar bajo una lluvia intensa, las aeronaves actuales fueron desarrolladas para soportar incluso que un relámpago las alcance. Así que si alguna vez ves destellos en el cielo desde tu asiento, no te alarmes: todo el sistema está preparado.