VIAJA A MÉRIDA

¿Te atreves a visitarlo? Conoce el peculiar cenote escondido en un convento de Mérida

Mérida cuenta con un sinfín de joyas naturales, pero existe una que llama la atención por su ubicación, se trata de un cenote escondido en un convento

Destinos únicos.Descubre este peculiar cenote escondido en un convento Créditos: Turismo Yucatán
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Mérida es uno de los puntos turísticos más importantes del sur del país. Su cercanía con Cancún, la Riviera Maya y todos los destinos de esta zona lo hacen imperdible, y es que la gastronomía, así como la biodiversidad hacen que este destino sea uno de los más imponentes y que te den ganas de regresar, ya que tienes mucho por ver.

De igual forma, uno de los atractivos de la Península de Yucatán son los cenotes, estas “albercas” naturales que se han formado por miles de años y que, en la antigüedad, se creían eran zonas sagradas. Incluso, se cree que no se han descubierto ni siquiera la mitad de los cenotes que existen en la zona.

Uno de los más curiosos y emblemáticos están en la famosa Villa María. Ubicada en la calle 27, entre 20 y 122, en la colonia García Ginerés, se trata de un cenote escondido en un convento que se localiza en los jardines de una residencia propiedad de las hermanas Misioneras de María Inmaculada, aunque la mala noticia es que no está abierta al público en general.

El cenote escondido en un convento de Mérida 

Sin embargo, los locales cuentan que puedes tocar el timbre y si tienes suerte te pueden dejar pasar a admirar la belleza de este sitio. De igual forma se dice que aceptan a grupos escolares con previa cita para verlo.

Dentro de las curiosidades es que tiene una imagen de la Virgen María, misma que cuida el cenote y que va muy ad hoc con la creencia de las hermanas Misioneras de María Inmaculada, mismas que cuidan el cenote.

Además, la zona se acondicionó de la mejor forma con un pórtico estilo neoclásico y el sitio tiene escaleras, pasamanos y la imagen religiosa. De igual forma está bien iluminado para que puedas observar el cenote dentro de la ciudad blanca.

Irma González Sosa, dueña del lugar, contó en una entrevista a un diario local que las hermanas misioneras se bañaban en el cuerpo de agua cuando se reunían y que su cierre al público fue debido a que no lo cuidaban.

De igual forma narró que ella tenía 22 años cuando se fundó la comunidad religiosa y que era una casa muy pequeña y que, poco a poco, el sitio creció hasta tener 80 monjas.