La forma en que contamos actualmente cómo nacieron muchos pueblos de México tiene un tanto de historia y otro tanto de mito, y entre ellos, Malinalco guarda una de las leyendas más poderosas. A diferencia de otros sitios que surgieron por rutas comerciales o por la conquista, este Pueblo Mágico del Estado de México tiene un origen único y muy interesante. Se dice que todo comenzó con una mujer llamada Malinalxóchitl, una figura temida y admirada por igual, que dio origen a la historia que aún hoy se cuenta entre sus cerros.
Su nombre, proveniente del náhuatl, significa “flor de hierba torcida”. También la llamaban Matlalatl, “la mujer de las aguas azules”. Era hermana de Huitzilopochtli, la fuerza solar que guiaba a los mexicas en su peregrinación desde Aztlán. Mientras él representaba la guerra y el fuego, ella simbolizaba la tierra, los animales y la energía misteriosa del desierto. Se decía que podía transformarse en cualquier criatura y dominar serpientes, escorpiones e insectos con solo su voz.
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Pero su poder causaba miedo. Durante el largo viaje de los mexicas, Huitzilopochtli y su pueblo decidieron abandonarla mientras dormía. Cuando despertó y descubrió la traición, Malinalxóchitl juró venganza. Viajó durante días hasta llegar a Texcaltepec, donde se unió al rey Chimalcuauhtli. Allí nació su hijo Copil, a quien crió con la misión de vengar la humillación que su tío había provocado a su madre.
Malinalco y el vínculo oculto con el origen de Tenochtitlan
Con el tiempo, Copil creció decidido a cumplir aquella promesa. Reunió aliados de distintos pueblos y trató de enfrentarse a los mexicas, pero fue derrotado. Los sacerdotes arrancaron su corazón y lo arrojaron a la laguna. Sin saberlo, de ese corazón brotó un nopal, nada menos que el nopal sobre el que un águila devoraría a la serpiente: la señal que guiaría la fundación de Tenochtitlan.
Tras la muerte de su hijo, la hechicera se estableció definitivamente en un lugar rodeado de montañas y manantiales, donde brotaron aguas calientes llamadas Acopilco, “agua de Copil”. Allí fundó su propio pueblo, que tomó su nombre: Malinalco, “lugar de la hierba torcida”. Desde entonces se dice que quienes habitan esa tierra heredaron la sabiduría y el poder de su fundadora, y que los cerros guardan su energía hasta nuestros días.
En lo alto del Cerro de los Ídolos se levanta la zona arqueológica más famosa del pueblo, donde los guerreros águila y ocelote realizaban sus rituales. El templo principal, el Cuauhcalli o Casa de las Águilas, fue tallado directamente en la roca. Antes de entrar, los aspirantes ayunaban por 46 días y cruzaban una puerta con forma de fauces de serpiente, símbolo del renacimiento y la conexión con la tierra.
Cerca de ese templo se conservan estructuras como el Cinancalli, donde se incineraban los cuerpos de los guerreros caídos, y el Teocalli, espacio ceremonial de consejo y formación. Las figuras talladas —águilas, jaguares y serpientes— aún pueden verse en la piedra. El recorrido hasta la cima supera los 400 escalones, y cada paso revela una vista más impresionante del valle que rodea Malinalco.
Malinalco en la actualidad
Con el paso del tiempo, los frailes agustinos construyeron un ex convento que todavía adorna el centro del pueblo, junto con capillas coloniales que mezclan arte indígena y cristiano. Entre las más antiguas están las de San Martín, Santa María y San Sebastián, que conservan retablos, cruces y frescos originales. Caminar por sus calles empedradas es sentir el eco de esa unión entre lo sagrado y lo terrenal que siempre definió a Malinalco.
Hoy, este Pueblo Mágico une su pasado místico con una vida tranquila y colorida. Tiene restaurantes, museos, galerías y pequeñas posadas rodeadas de vegetación tropical. Quienes lo visitan suelen decir que hay algo en el ambiente, una fuerza difícil de explicar que parece venir de los cerros. Quizá sea el legado de Malinalxóchitl, la mujer que decidió convertir su exilio en una nueva vida, y cuyo espíritu, dicen, todavía recorre las montañas al caer la noche.
¿Los mexicas tenían dioses?
Se dice que Malinalxóchitl, al igual que Huitzilopochtli, eran dioses, pero en realidad esa idea no refleja del todo la forma en que los mexicas entendían el universo. Para ellos, las llamadas deidades no eran figuras humanas con poderes sobrenaturales, sino manifestaciones de fuerzas naturales como el sol, el viento, la lluvia o la tierra.
En náhuatl, la palabra teotl no significa “dios”, sino energía sagrada o vital. Los mexicas no adoraban seres divinos, sino que honraban los ciclos del cosmos y las energías que daban vida a todo lo que existía. Con la llegada de la colonización, esa visión fue traducida al concepto que usaban los españoles de “dioses”, aunque lo que realmente veneraban eran fuerzas vivas que habitaban en cada elemento del mundo.