Los vinos son el resultado del famoso terroir, pero más suceden del trabajo y tesón de los hombres y mujeres detrás de la localización, la región, el clima, y el sol. Son, por mucho, producto de la pasión, esfuerzo, empeño, y paciencia.
Soy fan de la genialidad de todos ellos, aquí, allá y acullá y aún más después de sendas visitas y comprobar en vivo y a todo color lo anterior.
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Los rostros de la Ribera del Duero son de tres locos: Hugo, Chente, y Pache, alquimistas de PINEA. En contubernio con David y Andrés, sus enólogos de 17: el “buque insignia”, Korde y Pinea. Desde que el golfista Sergio García, máster augusta con todo y su green jacket, sirvió en su boda ese vino y, que coincide con el nacimiento de Vicente, las cosechas son imprescindibles para quien se considere gourmand y coleccionista.
Los parajes o domaines de Pinea revelan su potencia y especial retrogusto. Su vendimia: épica y, apenas a dos horas y media de distancia de Madrid, y cerca de Valladolid. Los vecinos de ese código postal no cantan mal las rancheras con gran selección de vinos, fieles a la tradición e incomparables en cuanto a calidad y elegancia.
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De Parras, recientemente, hasta Sardón de Duero con escala técnica en L’Domaine, Abadía Retuerta, pit stop imperdible que, también, además de claustro del siglo XI, abadía, restaurante con senda estrella Michelin, produce vino desenfadado de Tempranillo combinado con Syrah y Cabernet Sauvignon en barrica de 12 meses.
De Castilla y León en viaje hasta Provenza, en donde otro genio que recientemente ha desafiado todos los estándares para conseguir la excelencia en sus rosés, se ha convertido Gérard Bertrand; también celebró su Festival de la Vendimia en el Château l’Hospitalet Wine Resort Beach and Spa.
Antes hizo lo propio, al convocar al Festival de Jazz de Hospitalet en su 19° edición, una inmersión completa con visitas a los chateaux, menús gastronómicos creados por el chef Laurent Chabert, y excelente música. El Art de Vivre a todo lo que da con música cortesía de Simple Minds y Niles Rodgers. Sus vinos acompañan un viaje por los sentidos; son el mejor descubrimiento de 2022, después de una gozosa cena maridaje en Alinna Experience, bajo el ojo avisor de Deby Beard.
Sus rosés hacen milagros en el verano y su sapiencia consigue vinos únicos en la región. Es alquimista por excelencia y un anfitrión de antología por la vendimia, festival con show y todo.
Urge visita asap Napa Valley, donde se transpira creatividad en la bodega de The Donum Estate, en el radar de Napa y Sonoma counties, además de degustar sus vinos, habrá que disfrutar del arte a todo lo que da con Zodiac Heads de Ai Weiwei, que se exhibió en el Museo de Antropología e Historia hace unos años, un espectacular Anselm Kiefer, en modo avión de guerra, la icónica calabaza de Yayoi Kusama, justo como aquella que se exhibe en el muelle de Naoshima, y por demás imperdible la pieza de Subodh Gupta.
Obviamente, la piece de resistance es cortesía de Olafur Eliasson, a quienes los dueños Mei y Allan Warburg encargaron el pabellón de degustación en contubernio con Sebastian Behmann. Desde The Weather Project (2003) en Turbine Hall del Tate Modern nada me llama más la atención, ni hace tan feliz.
Los vinos son siempre pretexto para viajar, pero si además de las verdaderas estrellas a la constelación se le añade arte, las fiestas de la vendimia y, uno que otro componente del mal, llamado enoturismo, es posible disfrutar de la personalidad y liderazgo de los que organizan.
Regiones sí, vinos, todos, pero viajar hoy, hoy, hoy y, ¡deambular más por las historias y los rostros que hacen tan disfrutable el trayecto!