No podemos dejar que los días pasen sin que pase algo increíble en cada uno de ellos y así valorar cada momento hasta que se convierta en recuerdos.
Al subirme al avión en esta ESCAPADA del mes... debo confesar que la parte que más me emocionaba además de llegar a uno de los hoteles más hermosos de la ciudad, era mi experiencia culinaria. Ya me estaba saboreando el jamón de bellota, un buen rioja, unos huevos rotos... ¡Adivinaste! Este mes, mi escapada fue a Madrid. Definitivamente la capital española es una vibrante ciudad en la que se enmarcan numerosas tramas: culturales, culinarias y de fiesta.
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Cuando piso Madrid me siento como en casa, la gente es amable, divertida, apasionada y muy directa.
Tuve la fortuna de hospedarme en el centro y vibrar con el vaivén de su vida. Y es que esta urbe maravillosa se disfruta más desde el suelo, explorando sus calles estrechas que siempre conducen a algún parque intrigante, mercado, bar de tapas o artista callejero. Por supuesto mi primera parada obligada: el mercado de San Miguel. Un lugar para sentir la explosión de sabores y pasar de local en local probando todo y gozando de cada platillo que corría por mi boca. Me confieso amante de las ostras de estos mares que siguen siendo mi platillo favorito e imperdible... su sabor imperdible e inigualable.
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Y de postre, había que pecar con unos churros y un chocolate de San Ginés.
Dicen que en Madrid las noches son eternas fiestas de risas y cantos.... y ahora más que nunca puedo comprobarlo, recordando ese gran piano de aquel bar donde muchos desconocidos entonan sin parar, a corazón abierto, abrazándose con desconocidos y compartiendo su melancolía.
Porque es en estos viajes donde combinamos profesión y aventura, en donde no podemos dejar que pasen los días sin haber sonreído, sin haber brillado con luz propia, sin haber sentido que somos mejores que ayer, y que con esa certeza de lograr las cosas con amor y compasión seremos un poco mejor mañana.