El papel picado es uno de los símbolos más alegres y conmovedores de las tradiciones mexicanas. Sus colores vibrantes ondeando sobre calles, plazas y altares cuentan una historia que va más allá de lo decorativo. Detrás de cada hoja finamente recortada hay siglos de herencia, creatividad y espiritualidad que lo convirtieron en una de las expresiones más puras del arte popular mexicano.
Elegirlo para adornar una ofrenda no es un gesto al azar. Cada pieza lleva consigo la memoria de los pueblos prehispánicos, que usaban el papel amate para rendir tributo a los dioses. Con la llegada del papel de China en el siglo XVI, los artesanos mexicanos adaptaron las antiguas técnicas de corte y dieron vida al papel picado tal como se conoce hoy. Desde entonces, este arte no solo acompaña celebraciones religiosas, sino también momentos familiares, bodas y fiestas patrias.
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En las festividades del Día de Muertos, el papel picado tiene un papel protagónico. No solo aporta color, sino que representa el viento, uno de los cuatro elementos esenciales en el altar, el fuego en las velas, el agua en los cántaros, la tierra en los frutos y el aire en estos delicados pliegos. Su movimiento simboliza la presencia de los difuntos que regresan, mientras las figuras recortadas, calaveras, cruces o catrinas, rinden homenaje a la vida y la muerte.
Con los años, el arte del papel picado se volvió un legado familiar, especialmente en el municipio de San Salvador Huixcolotla, Puebla, considerado su cuna. Allí, generaciones enteras han mantenido viva la técnica tradicional, golpeando con precisión pequeños cinceles sobre decenas de hojas superpuestas para lograr diseños únicos. Aunque hoy existen versiones hechas con láser, las piezas elaboradas a mano siguen siendo las más valoradas por su autenticidad y alma artesanal.
Un arte que respira historia y espiritualidad
El papel picado nació del papel amate, que en la antigua Mesoamérica tenía un carácter sagrado. Se creía que sus fibras conectaban el mundo terrenal con el espiritual, por eso era usado en rituales, códices y ofrendas a los dioses del inframundo. Con el paso del tiempo, esa tradición se fusionó con la influencia china del papel de colores, dando origen a una nueva forma de expresión que unió espiritualidad y arte popular.
Su uso en el Día de Muertos mantiene ese simbolismo ancestral. Cuando el viento mueve las tiras de papel sobre el altar, se interpreta como una señal de que las almas de los difuntos han llegado para visitar a sus seres queridos. Los colores también tienen su propio lenguaje: el morado representa la religión, el naranja el luto, el blanco la pureza, el rojo la sangre y el verde la juventud. Cada tono habla por quienes ya no están, convirtiendo al altar en una composición viva y emocional.
De los templos al mundo entero
Aunque nació en México, el papel picado ha cruzado fronteras. Hoy se exhibe en galerías, festivales internacionales y eventos culturales que buscan resaltar el valor de las tradiciones artesanales. Cada figura cortada a mano no solo embellece, también cuenta la historia de un pueblo que aprendió a transformar el papel en símbolo de identidad, memoria y fe.
Su ligereza es solo aparente: detrás de cada color hay siglos de mestizaje, resistencia cultural y amor por lo propio. El papel picado no solo flota con el aire, también con la historia de México entera, recordándonos que incluso lo más frágil puede tener una fuerza inmensa.
Más que decoración, un lenguaje del alma
Hoy, incluir papel picado en una ofrenda es una forma de mantener viva la conexión entre los mundos. Es un homenaje visual que combina arte, espiritualidad y memoria colectiva. Al final, estas delicadas figuras no son simples adornos: son mensajes de papel que el viento traduce, llevándolos desde el altar hasta el corazón de quienes aún celebran la vida y la muerte.