OPINIÓN

Caminar en la luna: El reencuentro

Mi escapada de este mes fue con toda mi familia a vivir la celebración del amor entre dos personas de diferentes países que decidieron unir sus vidas

Adriana Azuara.Adriana AzuaraCréditos: Especial
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Los reencuentros familiares son como esas flores de colores que, unas junto a otras, hacen un campo más colorido, alegre y amoroso.  Mi escapada de este mes fue con toda mi familia a vivir la celebración del amor entre dos personas de diferentes países que decidieron unir sus vidas y crear su propia familia. Y es que déjenme decirles que cada país tiene sus propias costumbres; uno está acostumbrado a que las bodas en México tengan cierto sabor y tradiciones, pero ésta nos tocó vivirla en Lille, Francia, en donde entender, adecuarse y disfrutar, resultó ser toda una experiencia que siempre recordaré.

Para comenzar, Lille es un pedazo del viejo Flandes en Francia. Conserva la misma arquitectura que las clásicas ciudades belgas, como Brujas o Gante. Con un encanto único de calles adoquinadas, viejas construcciones, mercadillos gourmets, tiendas de curiosidades con aire a la belle epoque francesa. Pero además nos tocó celebrar el festival del mejillón, ver las plazas llenas de ambiente, cubetas y cubetas de mejillones y mucha, pero mucha cerveza. Imperdible.

La boda de mi hermana, la más pequeña de la casa, fue en las afueras de Lille en un jardín muy hermoso con un pequeño lago con patos. La ceremonia religiosa fue en francés y, aunque debo confesar que no entendimos nada, fue muy emotiva. Y así como en México después vino un cocktail con mucha comida como ostras, quesos, frutas, pan, paté, camarones, y hasta tacos para hacer honor a nuestro país; debo decir que siempre pensé que los mexicanos éramos los que celebrábamos todo con toneladas de comida, pero en esta ocasión los franceses nos superaron. Entre el cocktail y el banquete pasamos siete horas seguidas comiendo sin parar y preguntándonos cuándo nos íbamos a parar a bailar.

Durante el banquete los testigos y familiares dimos un discurso dedicado a los novios que iban desde los más graciosos, hasta los más emotivos.  Y por fin, llegó el baile... con la panza a reventar pudimos mover el cuerpo en una mezcla de culturas, música francesa, rock, cumbias y hasta uno que otro reguetón. La fiesta brilló entre rituales de bailes, donde la novia y el novio volaron por los aires, hasta coros de canciones de los 90 en español.  Fue una magnífica noche extrañando los chilaquiles, pero con platos de papas a la francesa y litros de vino y cerveza.

Debo confesar que mi mayor felicidad fue reencontrarme con mis hermanas y darme cuenta de que podemos celebrar el amor, las nuevas aventuras y extrañar profundamente a los ausentes.  Entre nosotros sigo descubriendo que somos capaces de interpretar miradas, entender silencios, perdonar errores, guardar secretos, secar lágrimas y reír a carcajadas.  Sostengo que, en esta vida, el mayor tesoro es la familia.